Esta misión la cumplimos porque entre toda la creación existe una interconexión misteriosa y divina a la vea. Cuando en la oración abrimos nuestra persona en su totalidad a Dios, colaboramos a recrear y revivir la conciencia colectiva de su presencia en nuestro mundo.
Una de las dimensiones de nuestra misión orante es alimentar y mantener, en la medida de lo posible, una verdadera unión en solidaridad con todos los pueblos y con todos sus habitantes.
Una segunda dimensión de esta misión contemplativa es reflejar los valores evangélicos de fraternidad, solidaridad, servicio… para que se manifiesten, en todas sus dimensiones, a la persona de hoy.
De aquí que en nuestra formación espiritual exista una prioridad fundamental: descubrir y profundizar, vital y personalmente, la oración contemplativa. Siendo necesario un tiempo de soledad, unos espacios para la oración y la reflexión personal, porque será la riqueza espiritual de cada hermana la que enriquezca nuestra oración comunitaria.
Como hijas de Francisco y Clara de Asís, hemos descubierto que Dios nos llama a vivir en profunda comunión con toda la creación y eso nos exige una forma de vida en simplicidad y respeto a la madre tierra porque es ella la “nos nutre y alimenta”.